martes, 22 de diciembre de 2009

Heridas de la dictadura argentina

EL TESTIMONIO DE LAS VICTIMAS EN EL JUICIO POR LOS CENTROS ATLETICO, BANCO Y OLIMPO
“Digan dónde están los cuerpos”
Carlos Pisoni, militante de H.I.J.O.S, se paró frente a los represores del Primer Cuerpo de Ejército para exigirles que “si les queda algo de valentía” informen sobre el destino de los desaparecidos. Toda la sala lo aplaudió de pie.
Por Diego Martínez
“Me hubiera encantado que mi papá me enseñara a hacer un asado, recibir caricias de mi mamá, gritar los goles del Enzo con mi viejo y tener un hermano”, confesó Carlos Pisoni, militante de H.I.J.O.S., frente a los represores del Primer Cuerpo de Ejército. “Fuimos muchos quienes sufrimos esas pérdidas”, aclaró, y celebró que “los responsables estén sentados en el banquillo”. Cuando concluyó sacó una foto con rostros de desaparecidos de los centros Atlético, Banco y Olimpo, incluidos sus padres, con quienes compartió sólo 37 días, y les habló a los imputados: “Lo único que les pido, si les queda algo de valentía, es que digan dónde están los cuerpos. Todavía tienen la oportunidad”, les advirtió, mirándolos a los ojos. Toda la sala lo aplaudió de pie.
El subsuelo de Comodoro Py estuvo ayer colmado. Salvo tres allegadas a los policías, el resto eran sobrevivientes, familiares y amigos de las víctimas, todos sentados gracias a los lugares vacíos destinados a la prensa. Cuando Delia Barrera se aprestó a dar testimonio, con la foto de su marido en la mano, varios represores prefirieron retirarse. Esposados en parejas, cantando bajito, se fueron Julio Simón, Samuel Miara, Ricardo Taddei, Raúl González, los gendarmes Guillermo Cardozo y Eugenio Pereyra Apestegui y el agente de inteligencia Raúl Guglielminetti.
“Hace 32 años espero este momento”, aclaró Barrera, que estuvo 92 días en Atlético. Su compañero Hugo Scutari, militante de la JUP y delegado del Banco Nación, fue secuestrado el 5 de agosto de 1977. Minutos después una patota encabezada por Juan Carlos Falcón, alias Kung Fu, se la llevó de su casa. En Atlético pasó a ser “H26”. Le pusieron antifaz y le ataron los pies con cadenas y candados. “Primero me desnudan y me largan un perro ovejero. Luego me golpean en la cabeza y el estómago, me hacen agarrar un cable con electricidad”, recordó, y enfatizó el rol de Falcón, que criticaba a otros torturadores porque, decía, “no saben cómo se pega”. De los presentes padeció con certeza a dos: “El Fuhrer (Eufemio Uballes) nos hacía gritar ‘Heil, Hitler’ en las torturas”, dijo. “A Doctor K (Eduardo Kalinec) lo vi en la enfermería. Me dijo ‘tenés la costilla fisurada pero no te vendo porque te vas a ahorcar’”, recordó.
El 20 de septiembre tuvo el último contacto con su compañero. “Sé fuerte y no me abandones”, fueron sus últimas palabras. Luego les negaron un abrazo de despedida. “Quedate tranquila, va a una granja de recuperación”, le mintió el comisario Antonio Fioravanti, que murió impune en 1985. Cuando las preguntas concluyeron, Delia contó que honraba por séptima vez el compromiso de dar testimonio asumido en cautiverio. Luego se dirigió a sus torturadores. “Sepan bien que no cumplí con el mandato de silencio, que no pudieron quebrarme y que voy a seguir hasta el último día”, prometió. Les aclaró que la acompañaba la familia que formó al ser liberada pero también su primer compañero y los desaparecidos que conoció, y leyó sus nombres. Cerró con un pedido a los jueces: “No nos abandonen”.
“No sé cómo caminaban”
“Me arrancaron de los brazos de mis viejos cuando tenía 37 días”, arrancó Carlos Pisoni, con pañuelo de H.I.J.O.S. en el cuello. Su padre Rolando, de 29 años, estudiaba ingeniería y militaba en la JUP. Su mamá, Irene Bellocchi, 27 años, era delegada en el Banco Galicia y militaba en la JTP. “Desaparecieron porque eran militantes. En H.I.J.O.S. estamos orgullosos de nuestros padres y no reivindicamos su lucha como utopía, sino que perseguimos sus objetivos: no queremos pibes muertos de hambre”, aclaró Pisoni, miembro del Observatorio de Derechos Humanos de la ciudad.
“Gracias a sobrevivientes pude saber que despojaron a mis padres de su identidad: pasaron a ser H24 y H25”, relató, y volvió al significado de ser hijo de desaparecidos. “No recuerdo sus voces, no tengo la imagen de ellos en mi retina, no sé cómo caminaban”, explicó a los jueces. “Puedo dar testimonio gracias a una vecina que me llevó con mi abuela. Gracias a esa vecina, a quien me gustaría conocer (el operativo fue el 5 de agosto de 1977 en Mármol 483), no soy uno más de los pibes robados”, aclaró.
Testigo y querellante, Pisoni recordó la trilogía “Dios, Patria, Hogar” invocada por los militares y juzgó “incongruente que una persona de moral cristiana pueda cometer el pecado más grande para un creyente, como es matar, matar y matar”. Lamentó “el rol de la Iglesia que los confesaba”, destacó que “hay centenares de Von Wernich” y diferenció a “la Iglesia cómplice de la verdadera, la de Mujica, Angelelli y los palotinos, que sufrió tortura y desaparición como nuestros viejos”.
Su abuela, Aurora Zucco de Bellocchio, pañuelo de Madre de Plaza de Mayo en la cabeza, confesó que desde que recibió a su nieto “supe que iba a estar siempre pegado a mi corazón”. Contó que tras los secuestros recibió un llamado de Rolando para preguntarle si le habían dado a su hijo. “Estoy tranquila porque sabemos que mamá tiene al nene”, le dijo Irene a un sobreviviente, que en los ’80 ubicó a Aurora. La mujer diferenció también las caras de la Iglesia: su asesor espiritual Fernando Carballo le dijo “El que las hace las paga”; el cura Jorge Aguiar aceptó dar una misa por desaparecidos, pero él mismo desapareció antes de concretarla. “Al tiempo me contó que se despertó en un psiquiátrico del sur bonaerense”, recordó. “No pensaba que este momento iba a llegar”, confió a los jueces. Lamentó “el abandono que sufrimos por gran parte del pueblo” y expresó su deseo “de que esta Justicia haga lo que debió haber hecho muchos años antes”.
//


LAS ABUELAS DE PLAZA DE MAYO ANUNCIARON LA IDENTIFICACION DEL NIETO NUMERO 100
Con el nombre del padre confirmado
Matías fue criado por su madre Norma Espinosa. Su padre Tulio Valenzuela desapareció antes de poder reconocerlo. Recién a partir de la constatación de los datos genéticos con los de la familia de su padre pudo ratificar su identidad.
Por Alejandra Dandan
Las Abuelas de Plaza de Mayo anunciaron la recuperación del nieto número cien. En este caso, la historia es distinta a la de otros nietos apropiados ilegítimamente durante la última dictadura militar. Matías es el hijo de Tulio Valenzuela y de Norma Espinosa, ambos militantes de Montoneros. Tulio murió en 1978, cercado por un grupo de tareas de la ESMA, y como estaba en la clandestinidad nunca pudo reconocerlo. Matías siempre vivió con Norma y siempre supo que era hijo de los dos, pero recién ahora pudo cruzar los datos genéticos suyos con los de la familia de su padre alojados en la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi). Con ese resultado también puede obtener el apellido de su padre.
“El caso de Matías es un caso atípico”, explicó Estela Carlotto a Página/12. “Porque él no estuvo desaparecido, sino que recuperó la identidad, es un nieto cuya identidad estaba partida por la mitad porque su papá Tulio Valenzuela lo alcanzó a conocer pero no a reconocer con su apellido porque lo secuestraron, Norma Espinosa, su mamá, le fue contando algo de la historia y él, bueno, de adulto empezó a querer tener la historia completa con el apellido del papá.”
Necesitó acudir a Abuelas porque la historia no era fácil, dice Carlotto. “No era fácil porque no tenía contacto con la familia paterna, la familia no creía en esa historia; muchas familias a veces se cierran a ciertas cosas que les parecen extraterrestres y era que él, el Tucho (Tulio), había formado pareja con Norma y nace este niño de esa relación, y luego la vida continúa y espera un hijo con Raquel Negro, cosas que ocurren con el amor; finalmente entre gente normal que se enamora y se desenamora.”
Edgar Tulio Valenzuela nació, en 1945, en San Juan y en 1963 viajó a instalarse en Buenos Aires para hacer la carrera de Derecho en la UBA. Empezó a militar mientras estudiaba, primero lo hizo en la Juventud Peronista y años más tarde en Montoneros. Vivió en Jujuy, en la Regional de Rosario y quedó detenido por primera vez en 1972, alojado en la cárcel de máxima seguridad de Rawson donde, luego de la fuga de los dirigentes del ERP, FAR y Montoneros, quedó como segundo jefe de la organización. El 25 de mayo de 1973 salió en libertad con la asunción del “Tío” Héctor Cámpora.
Pasaron ocho años hasta su muerte. Tulio o Tucho, como lo llama Estela Carlotto, volvió a Rosario, se exilió tras el golpe de marzo de 1976 y volvió a Argentina en diciembre de 1977. El 2 de enero de 1978 cayó secuestrado con quien en ese momento era su mujer Raquel Negro, que estaba embarazada de siete meses, y con el hijo más grande de ella. Todos fueron alojados en el centro clandestino Quinta de Funes, a 20 kilómetros de Rosario. Lo que pasó con ellos a partir de ese momento volvió a recordarse en diciembre del año pasado, cuando Abuelas anunció la restitución de la nieta número 96. Tulio y Raquel fraguaron durante el cautiverio un pacto con los militares, él se fue a México para participar de un supuesto plan de ejecución a Mario Firmenich. En México denunció, en cambio, el plan ante la prensa, se quedó allá durante cinco meses y volvió para la Contraofensiva. En tanto, Raquel dio a luz a dos bebés en el Hospital Militar de Paraná. Según la investigación de Abuelas, un niño y una niña. Del niño se supo que podría haber muerto en ese momento. De la niña, en cambio, que quedó en un hogar de niños al cuidado de una congregación de monjas que aparentemente la entregó en adopción.
Estela de Carlotto, titular de Abuelas de Plaza de Mayo. Foto: Pablo Piovano
Sabrina fue restituida por Abuelas, pero su familia todavía no entendía bien la historia de Matías. Según el comunicado de Abuelas, la relación entre Tulio y Norma fue anterior. Tulio conoció a Norma Espinosa a mediados de 1974, luego de la primera salida de la cárcel, mientras militaba en la columna oeste de Montoneros en la zona de San Justo. A fines de 1974 empezaron una relación de pareja, la organización trasladó a Tulio a Santa Fe y Norma lo acompañó. Luego del primer mes, en julio de 1975, ella quedó embarazada, pero enseguida se separaron. Norma volvió a Buenos Aires, se desconectó de la militancia y se fue a vivir a la casa de sus padres, a la espera del nacimiento de su hijo. Matías nació el 6 de marzo de 1976 en Lomas de Zamora. A los seis meses, su madre organizó un encuentro con su padre porque quería que se conocieran, pero Tulio no pudo darle el apellido a su hijo en ese momento, como sucedió con muchos otros militantes políticos, por la situación de clandestinidad. Matías se crió desde entonces con su madre y no mantuvo contacto con la familia de su padre. Terminó el secundario, estudió educación física y a pesar de que desde chico su madre le contó los detalles de la historia de su padre, recién durante la adolescencia –dice el comunicado de Abuelas–, él tomó conciencia de lo que significaba todo eso.
“No fue fácil este caso”, dice Estela. Matías se había acercado alguna vez a Abuelas, pero volvió a acercarse cuando apareció Sabrina. “Recién entonces él se animó a venir nuevamente para iniciar la búsqueda en la Conadi de sus datos genéticos, lo cual le facilita ahora el reconocimiento de su apellido paterno.”
Matías terminó los exámenes a mediados de este año. Recién entonces pudo reencontrarse con toda su familia. Las Abuelas mientras tanto siguieron trabajando en la causa. Estela Carlotto dice que todavía no está tan claro, por ejemplo, que el hijo varón de Tulio y de Raquel Negro nacido en cautiverio esté muerto. “O si está muerto tiene que aparecer el cuerpo.”
//