martes, 14 de abril de 2020

Un holandés astuto

Rutger Bregman, filósofo, autor de ‘Utopía para realistas’
Voy a cumplir 30: me siento europeo de una UE mejorable. Soy holandés: lamento que denigremos a los españoles tras aprovecharnos fiscalmente de ellos. Mis ideas interesan más que mi vida. El sistema proporcional electoral holandés obliga a los partidos a pactar, les quita poder y dificulta la corrupción
“En Holanda os llaman vagos y se quedan vuestros impuestos”
LV | Foto: Kim Manresa

“En Holanda os llaman vagos y se quedan vuestros impuestos”

 

La caridad de Amancio

Algunos critican –otros alaban– estos días a Amancio Ortega, creador de Inditex y uno de los hombres más ricos del mundo, por donar 320 millones de euros contra el cáncer a nuestra sanidad pública mientras su empresa recurre a maniobras elusivas para pagar lo mínimo a la Hacienda española. Convengo con Bregman en que don Amancio, empresario admirable, tiene la obligación ética de pagar al fisco hispano por todos los beneficios que aquí se generan y –sólo después– todo el derecho a hacer las donaciones que quiera con todo mi agradecimiento y asumo que con el de todos. Lo mejor de esta polémica es que demuestra que los europeos ya no nos conformamos con lo que es legal: exigimos que, además, sea lo justo.

¿Por qué su ministro de Economía Dijsselbloem nos llama vagos tan a menudo?

Porque sabe que la mayoría de los holandeses piensa que los españoles, los italianos y los griegos se aprovechan de ellos para llevar una buena vida de fiesta y siesta al sol.

Pues me alegro de que no le haya ido bien en las elecciones: su partido se ha hundido.

Pero él aún es el político más popular de Holanda gracias a ese tipo de declaraciones que halagan los más bajos instintos supremacistas y tribales de mis conciudadanos.

De esos hay en todas partes.

Pero lo que no cuenta Dijsselbloem es que, en realidad, Holanda es un paraíso fiscal que ha servido a las multinacionales españolas para eludir el pago de sus impuestos en España con esquemas que acaban llevándose el dinero que debería financiar la sanidad y la educación ­españolas a paraísos fiscales.

Y de paso financian la sanidad y la educación de holandeses que nos llaman vagos.

Las multinacionales obtienen beneficios en España y en otros países de la UE, pero pagan sus impuestos en Holanda –con un tipo mucho más bajo– y, desde allí, los reenviamos a las Antillas Holandesas y otros paraísos fiscales donde ya no tributan nada.

A esa triangulación la llaman el sandwich holandés y hace años que se practica.

Maniobras parecidas diseñó en su día el presidente de la Comisión Europea, Juncker, cuando trabajaba en su país, Luxemburgo.

Debería haber dimitido ya sólo por eso.

Lo curioso es que esos mismos que, cuando proponemos avances sociales, nos acusan de utópicos son los que luego fomentan la elusión fiscal. Y esa sí que la consideran realista.

Lo bueno es que, legal o no, la mayoría de los europeos ya no la toleramos.

Es que no podremos financiar más pensiones ni mejores servicios para todos si ellos se llevan el dinero de los beneficios, tras pagar sueldos menguantes, a paraísos fiscales.

¿Qué propone usted para aumentar nuestro bienestar?

¿Sabe por qué la socialdemocracia europea está en crisis?

Podríamos discutirlo durante horas...

Pues porque ha tenido éxito. Ha logrado que nadie discuta las pensiones, antaño sólo de izquierdas, ni la sanidad gratuita y universal ni el derecho a la educación. Su programa ha triunfado tanto que ya nadie lo cuestiona.

En cambio, los partidos socialdemócratas son hoy muy realistas.

Hoy todas esas etiquetas están obsoletas. Por eso necesitamos otra gran meta social europea, y la que propongo ahora es la renta básica universal. Que se dé dinero a la gente, a todos, un mínimo para garantizar que nadie sea pobre.

¿Dinero así sin más? ¿Sin trabajar? ¿Sin demostrar que no puedes ganar un sueldo?

Eso no quiere decir que no hagas nada con tiempo. Lo emplearías en tareas más agradables y creativas y enriquecedoras para todos.

...O no.

¡Qué poco confía usted en las personas! La mayoría crearía más valor para la sociedad con su tiempo en vez de perderlo en trabajos absurdos que pronto serán robotizados.

¿Quién los haría si no los hacen ellos?

Quien sea, pero mejor pagado. La renta básica empujaría los salarios hacia arriba, que buena falta hace, porque daría a los peor pagados más poder de negociación.

Me temo que nuestra recaudación fiscal no da para tanta renta universal.

¡Pues claro que sí que da si evitamos la elusión y la evasión fiscal! Y habría menos gente en cárceles, asilos y orfanatos. Sería un ahorro.

Fomentaría la inflación.

Sólo si pagas ese salario imprimiendo dinero, pero se puede pagar con impuestos. Y sólo adelanto el futuro, porque, además, la robotización lo hará inevitable.

¿Son compatibles todas las pensiones de hoy con su sistema? ¿Las sustituiría?

Sería mucho mejor que las pensiones contra la pobreza o la enfermedad de hoy porque no tendríamos que gastar millones en humillantes controles para saber si eres pobre o enfermo. Hoy las pensiones contra la indigencia fomentan precisamente que no salgas de ella.

La fundación BBVA concluyó hace poco que nuestro PIB no da para renta universal.

Vale, pero ya lo están discutiendo. También la OCDE emite informes al respecto. Hace una década era tachada de locura y ahora está en todos los seminarios de prospectiva.

¿Cuánto costaría el salario para todos?

En EE.UU. sólo supondría el 1% del PIB. Es mucho menos de lo que está gastando en Defensa. De verdad que el coste es hoy muy asumible.

A mí me gusta mi trabajo: ¿por qué voy a querer cobrar sin dar golpe?

No dejará usted de trabajar: simplemente, cobrará la renta además de su sueldo. Lo único que sucederá es que quienes trabajan en tonterías porque temen no poder pagar el alquiler podrán dedicarse a algo que valga la pena.

En Suiza, que sí que puede pagarla, votaron si dar esa renta a todos y dijeron que no.

También los suizos votaron sobre el voto de las mujeres en los 50 y dijeron que no, pero lo aprobaron 20 años después. Ya le he dicho que cuando las utopías se realizan, todos las ven normales enseguida y se extrañan de que no fueran realidad mucho antes.


Fuente: La Vanguardia

El caso de los médicos héroes en China

CHINA

hace 2 días | 13/04/2020

Así fue como el gobierno chino condenó a la muerte al médico que reveló el coronavirus

Esta es la historia del Dr. Li Wenliang, el primer médico en descubrir el coronavirus en Wuhan, quien fue censurado por el gobierno chino y murió infectado del virus que quiso revelar al mundo.





China finalmente levantó su cuarentena en la ciudad de Wuhan y también en todo el país, sin embargo, dejó un camino de sangre en lo que fueron los 4 meses más represivos del país en, por lo menos, 30 años.


Cientos de miles de muertes, seguramente muchas más de las que dicen, información oculta, persecución a periodistas y groseras violaciones de los derechos humanos. Pero como frutilla del postre, el heróico médico que denunció la manipulación del gobierno chino terminó siendo censurado y murió solo, infectado de coronavirus, y sin ayuda de nadie.

El Dr. Li Wenliang, un oftalmológo del Hospital Central de Wuhan que se terminaría convirtiendo en un héroe, fue el primero en notar la serie de casos que habían llegado a cuidados intensivos en el hospital y que, sin duda, estaban infectados de un virus que el mundo nunca antes había visto. 

El 30 de diciembre de 2019 la directora de Emergencias, la Dra. Ai Fen, envió una foto de un diagnóstico de un paciente suyo a un grupo de WeChat (el WhatsApp del gobierno chino). El informe estaba titulado como "SARS coronavirus", y Ai Fen le había circulado en rojo el nombre "SARS", ya que le parecía extraño que una persona en China esté infectado de SARS habiendo vencido a este virus en 2003.

Esta foto circuló por WeChat entre los médicos del hospital hasta que llegó a las manos del Dr. Li, quien notó que, en los pasillos del hospital, se venía hablando por lo bajo de una cantidad atípica de casos de SARS, e investigando un poco a los pacientes descubrió que todos tenían vínculos con el mercado mayorista de alimentos de Huanan, donde la gente come todo tipo de animales, crudos, hervidos y cocinados, siendo uno de los focos infecciosos más preocupantes de China. Rápidamente, le pidió a sus colegas y familiares que empiecen a usar elementos de protección, porque temía lo peor.

El 3 de enero de 2020, las autoridades del Partido Comunista de Wuhan se contactaron con el Dr. Li y le pidieron que se quedara en su casa ese día. A la tarde, fue visitado por policías en su domicilio, donde fue acusado de filtrar información confidencial y de inspirar el miedo entre sus colegas. La policía en ese momento le hizo firmar un papel donde prometía no hablar más sobre el tema y dejar de divulgar información que puede causar pánico en la sociedad. Lo que no sabía Li es que dos días antes, el 1 de enero, las mismas autoridades habían clausurado el mercado de Huanan por "preocupaciones sanitarias".




El documento que la policía china le hizo firmar al Dr. Li, diciendo que había mentido y que "no divulgaría falsos rumores nunca más".

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Al día siguiente, el Dr. Li volvió a trabajar. Comenzó el día atendiendo pacientes e ignorando a sus colegas que le preguntaban por su ausencia el día anterior. Siguió en silencio unos días más, hasta que el 8 de enero atendió un paciente que tenía glaucoma. A este paciente le encontró algunos síntomas que ahora sabemos que son insignes del coronavirus; tos fuerte pero seca, dolor de cabeza, pérdida del olfato, conjuntivitis y dificultades para respirar. Lo derivó a emergencias.

El 10 de enero, el Dr. Li quien, por ordenes del Partido Comunista Chino no pudo avisar a sus colegas de la enfermedad que había descubierto y tuvo que seguir atendiendo pacientes sin medidas de protección, empezó a presentar síntomas. Se había convertido en portador de la misma enfermedad que descubrió y había querido revelar al mundo.

El 12 de enero entró en terapia intensiva, la carga viral que tenía era altísima, seguramente por la constante exposición a infectados de coronavirus que tuvo, quién sabe por cuánto tiempo. El 30 de eneropublicó en internet la verdad de lo que había ocurrido, desde una cama hospitalaria y conectado a un respirador. En el portal Weiboescribió:

"Mi nombre es Li Weinlang, soy un médico en el hospital de Wuhan. Luego de recibir pacientes con una neumonía causada por un nuevo coronavirus, empecé a toser el 10 de enero, tuve fiebre el 11 y el 12 ya tuve que ser hospitalizado. [...] Yo firmé un documento así que no sé cuánto puedo contar. Pero ahora vivo en la UCI [unidad de cuidados intensivos]. Me hicieron tests que dieron negativos, pero este es un virus nuevo. Todavía tengo problemas para respirar y apenas me puedo mover. Antes de entrar al hospital estuve en contacto con mis padres, con el supervisor, con colegas."

El 31 de enero dio una entrevista por WeChat a Elsie Chen, una periodista del New York Times. Por miedo a las represalias del gobierno chino, el diario no publicó esta nota hasta el 7 de febrero. En la nota, Li cuenta con más detalle lo ocurrido, cuenta un poco de su vida, su afiliación al Partido Comunista y cómo fue traicionado. Finalmente dijo que esperaba mejorarse y volver a tratar a sus pacientes.

El 1 de febrero todo salió a la luz. Tras un mes de ocultar información y censurar, el gobierno chino admitió que el virus que andaba dando vueltas era una nueva cepa del SARS coronavirus que había afectado al país en 2002, y que ya había infectado a 14.830 personas, casi todos en la ciudad de Wuhan.

Ese mismo día se le hizo un nuevo test al Dr. Li, que inmediatamente le dio positivo por COVID-19.

El 5 de febrero, la condición de Li se hizo crítica, la saturación en sangre había caído a 85%, aún con asistencia de oxígeno sentía que se ahogaba. El 6 de febrero, a las 21:30 hs, su corazón se paró. El hospital emitió un comunicado con estos datos, pero rápidamente fue eliminado de las redes. Al día siguiente, tras varias denuncias en las redes de censura, un nuevo comunicado confirmó su muerte, pero cambió los datos; habría muerto a las 2:58 a.m. del día 7 de febrero, tras unas horas bajo tratamiento de oxigenación por membrana extra-corpórea.


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Mientras todo esto ocurría, la Dra. Ai Fen, enterada de que el Dr. Li había enfermado, trató de avisarle a sus superiores de la posibilidad de un nuevo SARS-CoV el 11 de enero, hasta envió muestras a laboratorios para que sean analizadas. Estas primeras muestras jamás fueron estudiadas por órdenes directas de los directores del hospital, y el 16 de enero le dijeron a Ai Fen que deje de decir que este supuesto nuevo virus podía ser transmitido de humano a humano. 

El 21 de enero la volvieron a convocar para decirle que ahora sí podía decir que el virus se transmitía de humano a humano, luego de 5 días en los que no se tomaron medidas de protección por esta escandalosa mentira de la dirección del hospital, que depende directamente del Partido Comunista de Wuhan. Debido a la naturaleza exponencial del contagio, decenas de miles de infectados podrían haberse salvado si no se ocultaba la información por esos 5 días cruciales.

Desde entonces, la Dra. Ai Fen ha dado múltiples entrevistas que fueron fuertemente censuradas en las redes sociales chinas. Ai Fen obtuvo el reconocimiento de una gran parte de la sociedad china por ser una de las principales luchadoras por la verdad junto a Li Weinlang. 

En los últimos días, tras el levantamiento de la cuarentena en Wuhan, muchos ciudadanos salieron a protestar contra el gobierno, lo que desencadenó que la justicia exonerara oficialmente al Dr. Li después de su muerte de cualquier ilegalidad cometida, convirtiéndolo en un mártir. 

Sin embargo, la Dra. Ai Fen no tuvo la misma suerte. Luego de una entrevista para la revista People del 10 de marzo, donde se enalteció su figura como una heroína que desafió al gobierno comunista chino, la nota fue eliminada de la página web, tanto en las publicaciones en China como en el resto del mundo. Esta desmedida demostración de fuerza del Partido Comunista contra Ai Fen solo engrandeció su figura, y la convirtió en un ícono de los movimientos anti-comunistas en el país. Lamentablemente, así como al Dr. Li lo mató el virus chino, parece que a Ai Fen la mató el gobierno chino.




La Dra. Ai Fen, en su despacho del Hospital Central de Wuhan, en una entrevista que fue transmitida por redes sociales y que reveló la censura del gobierno.

Desde el 29 de marzo que colegas del Hospital Central de Wuhan denunciaron que Ai Fen está desaparecida, sus familiares lo corroboraron y dicen que temen que haya sido arrestada de manera clandestina. El medio opositor Radio Free Asia confirmó que desde esa fecha que no responde mensajes por teléfono y que su domicilio se encuentra vacío.

El comunismo chino ha oprimido a su población, asesinado a dos de sus más valientes detractores y, una vez más, la progresía mundial sale en su defensa, más horrorizados por el lenguaje empleado que en los hechos concretos, una vez más demostrando su complicidad con un régimen asesino.


 Fuente: La Derecha 

lunes, 13 de abril de 2020

El mercado inhóspito, teatro de la crueldad, la pseudo Europa de los banqueros

LA CRISIS DEL CORONAVIRUS

Edgar Morin: “Vivimos en un mercado planetario que no ha sabido suscitar fraternidad entre los pueblos”

El filósofo francés reflexiona a sus 98 años sobre los efectos de la epidemia de coronavirus y alerta contra los peligros del darwinismo social y la destrucción del tejido público en sanidad y educación


Edgar Morin, en París en 2013.CORBIS VIA GETTY IMAGES ERIC FOUGERE / CORBIS VIA GETTY IMAGES


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11 ABR 2020 - 00:30 CEST

"La unificación técnico-económica del mundo que trajo el capitalismo agresivo en los años noventa ha generado una enorme paradoja que la emergencia del coronavirus ha hecho ahora visible para todos: esta interdependencia entre los países, en lugar de favorecer un real progreso en la conciencia y en la comprensión de los pueblos, ha desatado formas de egoísmo y de ultranacionalismo. El virus ha desenmascarado esta ausencia de una auténtica conciencia planetaria de la humanidad”. Edgar Morin habla con su habitual pasión por Skype. Él, como millones de europeos, se encuentra confinado en su casa del sur de Francia, en Montpellier, con su esposa.

Está considerado como uno de los filósofos contemporáneos más brillantes; a los 98 años (el 8 de julio cumplirá 99) Morin lee, escribe, escucha música y mantiene contacto con amigos y parientes. Sus ganas de vivir demuestran con fuerza el drama de un azote que está aniquilando a miles de ancianos y de enfermos con patologías previas. “Sé bien —dice con tono irónico— que podría ser la víctima por excelencia del coronavirus. A mi edad, sin embargo, la muerte está siempre al acecho. Por lo tanto es mejor pensar en la vida y reflexionar sobre lo que pasa”.

Pregunta. La mundialización de la que habla ha creado un gran mercado global que, a través de la tecnología más avanzada, ha reducido considerablemente las distancias entre continentes. Pero esta reducción de las distancias no ha favorecido un diálogo entre los pueblos. Al contrario, ha fomentado el relanzamiento del cierre identitario en sí mismo, alimentando un peligroso soberanismo.

Respuesta. Vivimos en un gran mercado planetario que no ha sabido suscitar sentimientos de fraternidad entre los países. Ha creado, de hecho, un miedo generalizado al futuro. Y la pandemia del coronavirus ha iluminado esta contradicción haciéndola aún más evidente. Me hace pensar en la gran crisis económica de los años treinta, en la que varios países europeos, Alemania e Italia sobre todo, abrazaron el ultranacionalismo. Y, pese a que falte la voluntad hegemónica de los nazis, hoy me parece indiscutible este cierre en sí mismos. El desarrollo económico-capitalístico, entonces, ha desatado los grandes problemas que afectan nuestro planeta: el deterioro de la biosfera, la crisis general de la democracia, el aumento de las desigualdades y de las injusticias, la proliferación de los armamentos, los nuevos autoritarismos demagógicos (con Estados Unidos y Brasil a la cabeza). Por eso, hoy es necesario favorecer la construcción de una conciencia planetaria bajo su base humanitaria: incentivar la cooperación entre los países con el objetivo principal de hacer crecer los sentimientos de solidaridad y fraternidad entre los pueblos.

La experiencia nos enseña que todas las graves crisis pueden incrementar fenómenos de cierre y de angustia: la caza al infractor o la necesidad de un chivo expiatorio, a menudo identificado con el extranjero o el migrante

P. Intentemos analizar esta contradicción en una escala reducida, tomando en consideración el microcosmos de las relaciones personales. La incursión del virus ha puesto en crisis la ideología de fondo que ha dominado las campañas electorales en estos últimos años: eslóganes como “America First”, “La France d’abord”, “Prima gli italiani”, “Brasil acima du tudo” han ofrecido una imagen insular de la humanidad, en la que cada invididuo parecer ser una isla separada de las otras (utilizando la bonita metáfora de una meditación de John Donne). En cambio, la pandemia ha mostrado que la humanidad es un único continente y que los seres humanos están ligados profundamente los unos a los otros. Nunca como en este momento de aislamiento (lejos de los afectos, de los amigos, de la vida comunitaria) estamos tomando conciencia de la necesidad del otro. “Yo me quedo en casa” significa no solo protegernos a nosotros mismos sino también a los otros individuos con los que formamos nuestra comunidad.

R. Así es. La emergencia del virus y las medidas que nos obligan a quedarnos en casa han terminado por estimular nuestro sentimiento de fraternidad. En Francia, por ejemplo, cada noche tenemos una cita en nuestras ventanas para aplaudir a nuestro médicos y al personal hospitalario que, en primera línea, asiste a los enfermos. Me he emocionado, la semana pasada, cuando he visto en televisión, en Nápoles y en otras ciudades italianas, a las personas asomarse a los balcones para cantar juntas el himno nacional o para bailar al ritmo de las canciones populares. Pero está también la otra cara de la moneda. La experiencia nos enseña que todas las graves crisis pueden incrementar fenómenos de cierre y de angustia: la caza al infractor o la de necesidad un chivo expiatorio, a menudo identificado con el extranjero o el migrante. Las crisis pueden favorecer la imaginación creativa (como ocurrió con el New Deal) o provocar regresión.

P. ¿Alude también a la Europa que frente a la emergencia sanitaria ha revelado, una vez más, su incapacidad de programar estrategias comunes y solidarias?

R. Por supuesto. La pseudo Europa de los banqueros y de los tecnócratas ha masacrado en estas décadas los auténticos ideales europeos, cancelando cada impulso hacia la construcción de una conciencia unitaria. Cada país está gestionando la pandemia de manera independiente, sin una verdadera coordinación. Esperemos que de esta crisis pueda resurgir un espíritu comunitario capaz de superar los errores del pasado: desde la gestión de la emergencia de los migrantes hasta el predominio de las razones financieras sobre las humanas, desde la ausencia de una política internacional europea a la incapacidad de legislar en la materia fiscal.

P. ¿Cual ha sido su reacción frente al primer discurso de Boris Johnson, al despiadado cinismo con el que ha invitado a los ciudadanos británicos a prepararse a los miles de muertos que el coronavirus provocaría y a aceptar los principios del darwinismo social (la supresión de los más débiles)?

R. Un ejemplo claro de cómo la razón económica es más importante y más fuerte que la humanitaria: la ganancia vale mucho más que las ingentes pérdidas de seres humanos que la epidemia puede infligir. Al fin y al cabo, el sacrificio de los más frágiles (de las personas ancianas y de los enfermos) es funcional a una lógica de la selección natural. Como ocurre en el mundo del mercado, el que no aguanta la competencia es destinado a sucumbir. Crear una sociedad auténticamente humana significa oponerse a toda costa a este darwinismo social.

P. El presidente Macron ha utilizado la metáfora de la guerra para hablar de la pandemia. ¿Cuáles son las afinidades y las diferencias entre un verdadero conflicto armado y lo que estamos viviendo?

R. Yo, que he vivido la guerra, conozco bien los mecanismos. Primero, me parece evidente una diversidad: en guerra, las medidas de confinamiento y toque de queda son impuestas por el enemigo; ahora en cambio es el Estado el que lo impone contra el enemigo. La segunda reflexión tiene que ver con la naturaleza del adversario: en una guerra es visible, ahora es invisible. También para aquellos como yo, que han participado en la resistencia, la analogía podría funcionar igualmente: para los partisanos la Gestapo era como un virus, porque se metia en cualquier lado, porque todo lo que estaba alrededor de nosotros habría podido tener oído para informar y denunciar. Ahora no sé si este periodo de confinamiento durará el tiempo suficiente para provocar restricciones que podrían recordar el racionamiento de la comida y los comercios ocultos del mercado negro. Pienso, y espero, que no. De todos modos, no creo que utilizar la metáfora de la guerra pueda ser más útil para comprender esta resistencia a la epidemia.

La pseudo Europa de los tecnócratas ha masacrado los ideales del proyecto

P. A propósito de la solidaridad humana: ¿no le parece que los científicos en este momento están promocionando una colaboración internacional para buscar la derrota del virus? ¿La llegada de médicos chinos y cubanos en el norte de Italia no es una señal de esperanza?

R. Esto es indiscutiblemente positivo. La red planetaria de investigadores testifica un esfuerzo hacia un bien común universal que cruza las fronteras nacionales, los idiomas, el color de la piel. Pero no se deben infravalorar los fenómenos de cohesión nacional: estar, lo recordaba antes, alrededor de los operadores sanitarios que trabajan en los hospitales. Muchos, sin embargo, son dejados fuera de estas nuevas formas de agregación solidaria: personas solas, ancianos y familias pobres no conectadas a la Red, sin contar a los que viven en la calle porque no tienen una casa. Si este régimen durara por un periodo largo, ¿cómo seguiríamos cultivando la relaciones humanas y cómo conseguiríamos tolerar las privaciones?

P. Me gustaría que abordáramos otra vez el tema de la ciencia. Después del desastre de la Segunda Guerra Mundial, las primeras relaciones entre Israel y Alemania se produjeron a través de los científicos. El año pasado, mientras visitaba el Cern de Ginebra con Fabiola Gianotti, vi alrededor de una mesa investigadores que procedían de países en conflicto entre ellos. ¿No piensa que la investigación científica de base, la que no espera ganar nada, pueda contribuir a promocionar en esta emergencia de la pandemia un espíritu de fraternidad universal?

R. Claro que sí. La ciencia puede desempeñar un papel importante, pero no decisivo. Puede activar un diálogo entre los trabajadores de diferentes países que en este momento trabajan para crear una vacuna y producir fármacos eficaces. Pero no se debe olvidar que la ciencia es siempre ambivalente. En el pasado, muchos investigadores han trabajado al servicio del poder y de la guerra. Dicho esto, yo confío mucho en esos científicos creativos y llenos de imaginación que ciertamente sabrán promocionar y defender una investigacion cientifica solida y al servicio de la humanidad.

La red planetaria de investigadores testifica un esfuerzo hacia un bien común universal que cruza las fronteras nacionales, los idiomas, el color de la piel

P. Entra las emergencias que la epidemia ha evidenciado está sobre todo la sanitaria. En algunos países europeos, los Gobiernos han debilitado progresivamente los hospitales con sustanciales recortes de recursos. La escasez de médicos, enfermeros, camas y equipamientos han mostrado una sanidad pública enferma.

R. No hay duda de que la sanidad tenga que ser pública y universal. En Europa, en las últimas décadas, hemos sido víctimas de las directivas neoliberales que han insistido en una reducción de los servicios públicos en general. Programar la gestión de los hospitales como si fueran empresas significa concebir los pacientes como mercancía incluida en un ciclo productivo. Esto es otro ejemplo de cómo una visión puramente financiera pueda producir desastres bajo el punto de vista humano y sanitario.

P. La sanidad y la educación constituyen los dos pilares de la dignidad humana (el derecho a la vida y el derecho al conocimiento) y las bases del desarrollo económico de un país. El sistema educativo también ha sufrido recortes terribles en estas décadas.

R. La sanidad y la educación, bajo este punto estoy de acuerdo con lo que ha escrito en sus libros, no pueden ser gestionados por una lógica empresarial. Los hospitales o las escuelas y las universidades no pueden generar ganancia económica (¡no deberían vender productos a los clientes que los compran!), pero deben pensar en el bienestar de los ciudadanos y en formar, como decía Montaigne, “teste ben fatte”. Se debe reencontrar el espíritu del servicio público que en estas décadas ha sido fuertemente reducido.

La epidemia, con las restricciones que ha generado, nos ha obligado a realizar una saludable desaceleración

P. Ahora, con las escuelas y las universidades cerradas, se hace necesario recurrir a la enseñanza a distancia para mantener vivas las relaciones entre profesores y estudiantes.

R. Gracias a la tecnología se puede conseguir no romper el hilo de la comunicación. También la televisión en Francia se está organizando para ofrecer programas a los estudiantes de los institutos. Pero la cuestión, como bien sabe, es de fondo: en diferentes libros míos he puesto en evidencia los límites de nuestro sistema de enseñanza. Pienso que no se adaptó a la complejidad que vivimos desde el punto de vista personal, económico y social. Tenemos una conciencia dividida en compartimentos estancos, incapaz de ofrecer perspectivas unitarias e inadecuada para enfrentar de manera concreta los problemas del presente. Nuestros estudiantes no aprenden a medirse con los grandes desafíos existenciales, tampoco con la complejidad y la incertidumbre de una realidad en constante mutación. Me parece importante prepararse para entender las interconexiones: cómo una crisis sanitaria puede provocar una crisis económica que, a su vez, produce una crisis social y, por último, existencial.

P. Algunos decanos y algunos profesores han considerado la experiencia de la pandemia como una ocasión para relanzar la enseñanza telemática. Pienso que es necesario recordar que ninguna plataforma digital puede cambiar la vida de un alumno. ¿Así no se corre el riesgo de denigrar la importancia esencial de las clases en las aulas y del encuentro humano entre profesor y estudiante?

R. Se debe distinguir la excepcionalidad impuesta por el virus de las condiciones normales. Ahora no tenemos elección. Pero conservar el contacto humano, directo, entre profesores y alumnos es fundamental. Solo un profesor que enseña con pasión puede influir realmente en la vida de sus estudiantes. El papel de la enseñanza es sobre todo el de problematizar, a través de un método basado en preguntas y respuestas capaz de estimular el espíritu crítico y autocrítico de los alumnos. Desde la infancia, los estudiantes tienen que dejar rienda suelta a su curiosidad, cultivando la reflexión crítica. Enseñar es una misión, como la que están cumpliendo ahora los médicos: se trata, en cualquier caso, de ocuparse de vidas humanas, de personas, de futuros ciudadanos.

Ahora no tenemos elección. Pero conservar el contacto humano, directo, entre profesores y alumnos es fundamental

P. El virus ha conseguido hacer explotar también los límites de la rapidez. El confinamiento en nuestras casas nos ha ayudado a redescubrir la importancia de la lentitud para reflexionar, para entender, para cultivar los afectos.

R. Me parece indiscutible. La epidemia, con las restricciones que ha generado, nos ha obligado a realizar una saludable desaceleración. Yo mismo he notado un fuerte cambio en mi ritmo cotidiano: ya no es cronometrado y jalonado como lo era antes. Cuando dejé París para vivir en Montpellier ya noté un notable cambio en el desarrollo de mis jornadas. Ahora, con mayor conciencia, me estoy (nos estamos) reapropiando del tiempo. Bergson había entendido bien la diferencia entre el tiempo vivido (el interior) y el tiempo cronometrado (el exterior). Reconquistar el tiempo interior es un desafío político, pero también ético y existencial.

P. Precisamente ahora nos damos cuenta de que leer libros, escuchar música, admirar obras de arte es la manera mejor de cultivar nuestra humanidad.

R. Sin duda. El confinamiento está haciendo que nos demos cuenta de la importancia de la cultura. Una ocasión —a través de estos saberes que nuestra sociedad ha llamado injustamente “inútiles” porque no producen ganancias— para comprender los límites del consumismo y de la carrera sin pausa hacia el dinero y el poder. Habremos aprendido algo en estos tiempos de pandemia si sabemos redescubrir y cultivar los auténticos valores de la vida: el amor, la amistad, la fraternidad, la solidaridad. Valores esenciales que conocemos desde siempre y que desde siempre, desafortunaamente, terminamos por olvidar.

© Corriere della Sera

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