sábado, 8 de abril de 2017

¿Fue un error ir al rescate de la banca? Responde Juan María Nin Génova

¿Fue un error ir al rescate de la banca? Responde Juan María Nin Génova

JUAN MARÍA NIN / EX VICEPRESIDENTE DE LA CAIXA

“Soy partidario de dejar quebrar los bancos

Barcelona 
Juan María Nin, ex vicepresidente de La Caixa
Juan María Nin, ex vicepresidente de La Caixa ALBERT GARCÍA


Juan María Nin Génova (Barcelona, 1953) aporta en el libro Por un crecimiento racional (Deusto) su visión privilegiada de la crisis financiera. En su libro, narra los días anteriores al rescate del sistema financiero español para explicar cómo se llegó al borde del precipicio.
Pregunta. ¿Fue un error ir al rescate de la banca?
Respuesta. No soy partidario de los rescates bancarios, salvo que signifiquen salvar todo el sistema. Y si se hace, de forma selectiva. Eso significa que hay que dejar a los bancos quebrar. Pero para ello hay que cubrir la falla más importante, que es el pacto tácito entre el poder político y el sector financiero por el que el primero le da apoyo a cambio de que el segundo le preste el dinero de sus depositantes. Tras la crisis le hemos puesto remedio en términos exigencia de capital y liquidez a la banca. Y hemos aprendido que antes que el rescate hay el bail-in, es decir, que todos los acreedores pierdan antes. Pero para ello nos falta avanzar en formación. Los ciudadanos deben entender el riesgo del negocio bancario.
P. Aun así, fue a convencer a Angela Merkel para que accediera al rescate del sistema financiero español.
R. Entonces estaba en cuestión el euro. El sistema financiero español colapsó, parcialmente, puesto que los grandes bancos no fallaron. Sí lo hizo una parte del sistema de cajas, lo que provocó una crisis de confianza. La factura era de 50.000 millones de euros, pero los mercados la elevaban hasta 260.000 millones.
P. Tuvo que insistir en que no había fraude. ¿Pensaba Merkel que se habían maquillado los números?
R. Eso fue muy importante. Fui a Berlín atendiendo a su llamada y tras hablar con el presidente Mariano Rajoy e invertí la mayor parte del tiempo en explicar que sabíamos qué errores habíamos cometido y que no había fraude, que el dinero estaba invertido en fábricas, autopistas o viviendas.
P. ¿Y cómo se concilian las resistencias que había en España para pedir el rescate con las que debía tener Merkel para explicarlo a sus contribuyentes?
R. En España había una opinión sólida de que si se pedía el rescate y se aceptaban más de 50.000 millones no renovaríamos los vencimientos que venían. Yo hablé con Rajoy y le dije que había el riesgo de que cayera España con el peor estigma, el de haber hecho caer también a la UE. Rajoy lo vio claro de inmediato. Al final se acordó la cifra de 100.000 millones. Merkel me dijo que entendía que era muy duro para el orgullo español pedir esa cantidad cuando en realidad se necesitaban 50.000, a lo que yo le dije: ‘no se equivoque, Rajoy es celta’.
P. Otra parte de la terapia fue la política expansiva del Banco Central Europeo. En el libro no parece ser un entusiasta de esa medida…
R. No es eso. Ante el abismo, en 2008 se adoptaron medidas fiscales y monetarias extremas. Con eso se compró tiempo. Y a partir de ahí hay dos escenarios de gestión: EE UU, que lo hace extraordinariamente bien, y Europa, que va con retraso. La política monetaria extrema nos ha salvado, pero esa liquidez provoca un crecimiento artificial en parte del valor del inmobiliario, la deuda y las bolsas. Y eso dispara una importante desigualdad entre las rentas más bajas y las más altas, que se agrava al condenar a las futuras generaciones al mileurismo porque la productividad del sistema se ajusta para pagar la deuda tan grande que hay contraída.
P. La crisis destapó malas prácticas en muchas entidades, por ejemplo, en la venta de preferentes. ¿Entiende la desconfianza de los ciudadanos?
R. Hubo malas prácticas, pero también buenas. Lo de las preferentes estuvo extraordinariamente mal hecho. Y lo peor, se dieron hipotecas que no habría que haber concedido. Esa desconfianza es muy legítima, pero hay que contar que se han tomado medidas y que las nuevas reglas de juego son muy exigentes.
P. ¿Cómo debe ver el contribuyente que el Estado no haya recuperado ni el 2% de las ayudas que dio a CatalunyaCaixa?
R. Extraordinariamente mal, pero que no se aplique el patrón de CatalunyaCaixa a Ibercaja o Unicaja, que lo han hecho bien. Los daños provocados por la burbuja inmobiliaria en el sistema han sido inmensos. En concreto, 50.000 millones. Sabremos cuánto se recuperará cuando se privaticen Bankia y BMN.
P. ¿Se plantea volver a la primera línea del sector bancario español?
R. Ni en España ni fuera. Tenía una vida profesional intensísima y me pareció que mi etapa ejecutiva había terminado. Tuve la oportunidad de decir que terminaba una etapa y decidí no ocupar ningún otro cargo ejecutivo. Pero me interesa la vertiente internacional y estoy en el consejo de Société Genérale.
P. ¿Su marcha de CaixaBank fue una decisión personal?
R. Absolutamente, sin ninguna duda. Me fui porque cubrí un ciclo, lo hice con éxito y no me cuadraban los condicionantes, en sentido positivo, de la siguiente etapa.
P. ¿Se refiere a que se trataba de ser presidente o irse?
R. No, a que se acabó una etapa. No he mirado nunca el siguiente paso. Fue una decisión que tomé yo y en silencio.
P. ¿Le preocupa el proceso secesionista de Cataluña?
R. Me produce una ruptura interior porque se ha situado en el mundo de los sentimientos. Es exigible un acuerdo institucional, pero además veo con tristeza y preocupación la gran decepción que tendrá una parte de la población pase lo que pase.
http://economia.elpais.com/economia/2017/04/07/actualidad/1491558313_712044.html?id_externo_rsoc=TW_CM


viernes, 7 de abril de 2017

El silencio de la paz - artículo de Zapatero sobre la paz con ETA

El silencio de la paz

José Luis Rodríguez Zapatero
Expresidente del Gobierno
ETA anunció el fin de la violencia el 20 de octubre de 2011. Han pasado ya más de 5 años sin atentados, sin secuestros, sin víctimas, sin más sufrimiento.
La memoria del dolor, generado por los años de su actividad, es tan intensa en la sociedad española que el silencio, la contención y una lenta pero firme recuperación de la convivencia han marcado este tiempo en el que la angustia ha empezado a alojarse ya en el recuerdo, aunque sea un recuerdo durísimo. Porque hoy, como aquel día de octubre, hemos de volver a proclamar que la memoria de las víctimas y de la injusticia debe ser lo que permanezca para siempre entre nosotros.
Ahora, ETA entrega sus armas; antes, tuvo que asumir la fuerza de la razón democrática. Más allá del carácter simbólico o propagandístico de esta acción, conviene no olvidar que este proceder forma parte del proceso de extinción de la locura terrorista: fin de la violencia, primero, entrega de armas, después, y disolución de la organización.
La democracia no celebra las victorias que dejan tanto dolor, pero estas sirven, eso sí, para extraer grandes lecciones colectivas.
En mi recuerdo están hoy, además de las víctimas, todos los que en alguna medida trabajaron, desde cualquier puesto u ocupación, y desde los más diversos (no lo olvidemos) espacios ideológicos, por el fin de la violencia, por la paz.
Y, como conclusión personal, deseo reafirmar mi convicción en la fuerza de la política, capaz de contribuir al fin de las peores pesadillas y abrir etapas de libertad, convivencia y reconciliación, aspiraciones tan ansiadas en el País Vasco y en toda España.
No podemos olvidar, pero sí podemos dejar atrás las peores consecuencias del fanatismo.
Solo el pleno ejercicio de las libertades cívicas tiene la capacidad de regenerar y preservar la convivencia, incluso para aquellos que tan cruelmente la negaban.
http://blogs.publico.es/dominiopublico/19631/el-silencio-de-la-paz/

¿Qué papel juega TuRquía en el conflicto? Alguna vez Vladimir Putin demostró que aprovisionaba al Estado Islámico, pero hoy -luego del amago de golpe o auto gope de Estado y purga de su ejército- parecería encontrarse más del lado de los radicales islámicos...

NOTA DE ARCHIVO


Turquía y Estados Unidos lanzan una ofensiva conjunta contra el Estado Islámico en Siria

Un tanque turco avanza hacia Siria el miércoles. CreditBulent Kilic/Agence France-Presse — Getty Images



Turquía: el fracaso del golpe de Estado no significa el triunfo de la democracia

Gokhan Tan/Getty Images

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ESTAMBUL — Turquía lanzó el miércoles su mayor campaña militar hasta el momento en Siria con el envío de tanques, aviones y fuerzas de operaciones especiales a través de su frontera con ese país, en un movimiento apoyado por Estados Unidos con el objetivo de recuperar uno de los bastiones del Estado Islámico en Siria.
La ofensiva conjunta contra la ciudad de Jarabulus, una de las últimas que los islamistas controlan en la frontera con Turquía comenzó horas antes de que el vicepresidente Joe Biden se reuniera con el presidente Recep Tayyip Erdogan en Ankara, la capital turca, y parece dirigida a disminuir la tensión generada entre ambos países tras el golpe de Estado fallido de julio.
La operación tiene como objetivo liberar el paso para que los rebeldes sirios tomen el control de esa ciudad fronteriza y supone una escalada significativa en el combate contra el Estado Islámico. Parece también una manera de contener las aspiraciones territoriales de las milicias kurdas, las cuales Turquía ve como su enemigo principal en este conflicto. Esos grupos estaban a punto de avanzar sobre Jarabulus.
Turquía anunció hace poco que adoptaría un rol diplomático más fuerte en Siria y que trabajaría en conjunción con Irán, Rusia y Estados Unidos para poner fin a la guerra.
Ankara ha insistido desde hace tiempo en que el presidente Bashar al Asad, que cuenta con el apoyo de Rusia e Irán, debe abandonar el poder para que pueda celebrarse una conferencia de paz. Pero en los últimos meses ha suavizado su posición y ha reconocido que aceptaría que Asad jugara algún papel en una transición pacífica.
Algunos analistas creyeron inicialmente que la operación tenía el beneplácito de Asad, pero pocas horas después el Ministerio de Asuntos Exteriores la condenó y la calificó de violación a su soberanía.
Aunque los aviones turcos han atacado con ayuda de aviones de estadounidenses, la operación no logra ocultar la tensión existente en el seno de los miembros de la OTAN frente a la guerra en Siria.
Las autoridades turcas, incluido el primer ministro Mevlut Cavusoglu, han advertido que su país podría acabar chocando con los kurdos sirios, aliados de Estados Unidos. Hace poco, ese país ayudó a los kurdos a tomar Manbij, una ciudad cercana a Jarabulus.
Para disipar las preocupaciones de Turquía, los estadounidenses advirtieron a los kurdos que no avanzaran en Jarabulus, y dijeron que no apoyarían una ofensiva con su fuerza aérea en la ciudad.
Funcionarios turcos dijeron que la operación del miércoles buscaba, en parte, alertar a los kurdos que trabajan en Siria junto con las fuerzas especiales de Estados Unidos de no avanzar sobre Jarabulus. Cavusoglu mencionó que los kurdos deben moverse hacia el este del río Eúfrates, lejos de la frontera turca y de regreso a los lugares que controlaban hace ya mucho tiempo.
“Si no cumplen con eso, haremos lo que tengamos que hacer”, advirtió.
Según la televisión pública turca, la operación comenzó durante la madrugada cuando aviones de combate turcos y estadounidenses comenzaron a atacar las posiciones del Estado Islámico en Jarabulus. Las fuerzas especiales entraron en Siria para abrir paso al avance de grupos rebeldes apoyados por los trucos.
El ataque tiene lugar después de que Turquía anunciara que “limpiaría” su frontera de combatientes del Estado Islámico en represalia por un ataque suicida contra una boda kurda, en el que murieron por lo menos 54 personas y del que se culpa al Estado Islámico.
Jarabulus es un lugar vital en la cadena logística del Estado Islámico.
Antes de la operación del miércoles, Cavusoglu pidió que se diera “todo tipo” de apoyo a las operaciones contra el Estado Islámico en la frontera siria. Los aliados de Turquía en la OTAN piden hace tiempo que el país se involucre con más intensidad en Siria.
“Dáesh (como el Estado Islámico se llama a sí mismo en árabe) tiene que ser erradicado de nuestras fronteras y tenemos que hacer lo que sea necesario para lograrlo”, dijo Cavusoglu durante una rueda de prensa el martes en Ankara.
Los turcos han expresado preocupación por la creciente influencia que ejercen los kurdos sirios, con apoyo de Estados Unidos, a lo largo de la frontera así como por los vínculos que sostienen con los rebeldes kurdos en Turquía. Para el gobierno turco se trata de una amenaza a la seguridad nacional.
La operación podría ayudar a disminuir la tensión existente entre Estados Unidos y Turquía, en su momento más bajo tras la Segunda Guerra Mundial. Tras el golpe de Estado fallido el sentimiento antiestadounidense en Turquía aumentó debido a que los medios de comunicación oficiales y algunos funcionarios acusaron a Estados Unidos de tener vínculos con el golpe.
Además, Fethullah Gulen, un clérigo a quien Turquía acusa de estar tras el golpe, vive en Pensilvania. Turquía ha pedido la extradición de Gulen pero Estados Unidos no la ha concedido por el momento.
https://www.nytimes.com/es/2016/08/24/turquia-y-estados-unidos-lanzan-una-ofensiva-conjunta-contra-el-estado-islamico-en-siria/


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En términos de golpes de Estado, lo que ocurrió en Turquía fue una muestra de ineptitud: no hubo ningún intento serio de capturar o amordazar a un líder político, no había nadie preparado para tomar el poder, no hubo una estrategia de comunicación (ni siquiera un conocimiento de los medios de comunicación) y ninguna capacidad de movilizar una masa crítica dentro de las fuerzas armadas o de la sociedad.
Solo un pelotón de soldados desafortunados en un puente de Estambul y el ataque, al parecer nada coordinado, de unos cuantos edificios de gobierno en Ankara. Bastó que el presidente Recep Tayyip Erdogan convocara a sus seguidores a salir a las calles a través del FaceTime de su teléfono para que la insurrección fracasara.

Erdogan será el más beneficiado por la conmoción pues la aprovechará para afianzar el autoritarismo islámico en Turquía, pero esto no significa que haya orquestado el golpe. El ejército turco sigue aislado de la sociedad. Es muy probable que un grupo de oficiales creyera que una sociedad polarizada y descontenta se levantaría a la primera señal. Estaban equivocados y ese error ha costado más de 260 vidas.
Pero en la Turquía de Erdogan, el misterio y la inestabilidad se han convertido en moneda oficial. No sorprende que existan miles de teorías sobre conspiraciones. Desde un revés electoral en 2015, el presidente ha liderado una Turquía cada vez más violenta.
Esta peligrosa sacudida le ha permitido recuperarse para su segunda elección en noviembre y presentarse como el ungido que detuvo la violencia. El intento de Erdogan de adjudicarle el golpe fallido, sin ninguna prueba, a Fethullah Gulen (un clérigo musulmán y antiguo aliado que vive en Pensilvania, Estados Unidos) forma parte de un patrón de intrigas y ocultamientos.
A través de la neblina que rodea a Erdogan puede vislumbrarse lo siguiente: más de 35 años después del último golpe y casi 20 años después de la intervención militar de 1997, los turcos no quieren volver a la alternación entre gobiernos militares y civiles que marcó al país entre 1960 y 1980. Por el contrario, aprecian sus instituciones democráticas y el orden constitucional.
El ejército, pilar del régimen secular de Kemal Atatürk, es más débil. Todos los partidos políticos importantes condenaron el intento de golpe de Estado. Por más que aumente el descontento contra el presidente, los turcos no tienen la intención de retroceder.
El éxito del golpe hubiera tenido consecuencias desastrosas. Erdogan cuenta con un apoyo masivo en la zona central de Anatolia, en particular entre los conservadores religiosos. En todo el país, las mezquitas mantuvieron sus luces encendidas durante la noche mientras los imanes hacían eco a la convocatoria del presidente para que las personas salieran a las calles.
No cabe duda de que cualquier administración con control militar habría enfrentado a los insurgentes islamistas con otros, al estilo de Siria. El efecto en las instituciones democráticas que quedan en el Medio Oriente y en el Estado de derecho habría sido devastador.
Es natural que el presidente Obama y el secretario de Estado John Kerry hayan declarado que “todos los partidos de Turquía deben apoyar al gobierno democrático electo, actuar con moderación y evitar cualquier expresión de violencia y derramamiento de sangre”.
Sin embargo, la palabra “moderación” no está incluida en el vocabulario de Erdogan. Como me dijo Philip Gordon, quien trabajó como asistente especial de Obama para asuntos de Medio Oriente: “Más que aprovechar esta situación para sanar las divisiones, es posible que Erdogan haga lo contrario: atacar a sus adversarios, restringir aún más la libertad de prensa y de otro tipo y acumular más poder”. En cuestión de horas había detenido a más de 2800 militares y retirado del cargo a 2745 jueces.
Es posible que por un tiempo largo se impongan medidas enérgicas sobre los llamados gulenistas, y los kemalistas (quienes apoyan el antiguo orden secular). La sociedad, ya fragmentada, sufrirá más fisuras. La Turquía secular no olvidará el clamor de Allahu akbar coreado desde algunas mezquitas y entre las multitudes en las calles.
Puede ser que Erdogan tome medidas para impulsar una reforma a la constitución por referendo e intente crear una presidencia con mayores facultades. Ahora cuenta con fundamentos para argumentar que ese tipo de medidas son necesarias para mantener a raya a sus enemigos.
“Es posible que en Turquía la democracia haya triunfado solo para ser estrangulada a un ritmo más lento”, comentó Jonathan Eyal, director internacional del Britain’s Royal United Services Institute. No hay duda de que las capitales occidentales expresaron su apoyo a Erdogan a regañadientes.
Para el gobierno de Estados Unidos esta es una situación que ilustra muy bien los dilemas de Medio Oriente. Cuando el general egipcio Abdel Fattah el Sisi encabezó un golpe hace tres años contra el presidente electo democráticamente, Mohamed Morsi, Obama no apoyó al gobierno democrático como lo ha hecho ahora con Turquía, e incluso evitó emplear la palabra “golpe” en Egipto. En realidad, Obama apoyó a los generales en nombre del orden.
Es cierto que Morsi era muy impopular y el golpe contó con un apoyo impresionante. Para cuando Obama intervino, el golpe ya era un hecho. En Medio Oriente los principios valen poco. Muchas veces la política consiste en elegir la opción menos mala.
En esta ocasión también ganó el mal menor: la permanencia de Erdogan en el poder. Pero esto no significa que no pasará algo mucho peor en el futuro. Que el golpe haya fracasado no significa que ganó la democracia.

Es posible que ahora este irritable autócrata implemente sus peores acciones en contra de Turquía, y Estados Unidos y sus aliados no podrán hacer mucho para impedirlo.
https://www.nytimes.com/es/2016/07/19/turquia-el-fracaso-del-golpe-de-estado-no-significa-el-triunfo-de-la-democracia/

Algo acerca de las guerras civiles. Una par de artículos del New York Times

Colombia demuestra que poner fin a la guerra no es una utopía


Decenas de colombianos celebraron el acuerdo final de paz entre el gobierno de Colombia y las Farc. 

CreditGuillermo Legaria/Agence France-Presse — Getty Images
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El cese al fuego y el esperado Acuerdo Final de paz entre el gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia marcan más que el fin de una guerra. Es un hito para la paz en el continente americano y el mundo.
La guerra entre el gobierno colombiano y las Farc es el conflicto armado más antiguo en el hemisferio occidental, además de ser el último que data de la Guerra Fría. Desde Alaska a Tierra del Fuego, la guerra, en el sentido clásico de un conflicto violento por el dominio de un territorio en el que por lo menos hay un ejército nacional combatiente, ha desaparecido. Aunque la violencia entre carteles del narcotráfico en América Latina continúa, el fin de los conflictos políticos armados en todo un hemisferio merece destacarse.
Basta examinar las décadas pasadas para darse cuenta de lo trascendental de este cambio. En Guatemala, El Salvador y Perú, al igual que en Colombia, fuerzas armadas de izquierda lucharon contra gobiernos respaldados por Estados Unidos, conflictos donde se perdieron cientos de miles de vidas. En Nicaragua ocurrió lo contrario: los rebeldes respaldados por el gobierno estadounidense lucharon para derrocar a un gobierno izquierdista. Estados Unidos y la Unión Soviética no escatimaron en su apoyo para mantener la intensidad de esas guerras. La “guerra sucia” en Argentina también se originó del enfrentamiento entre la izquierda y la derecha, y también murieron miles de personas.
En aquella época, las guerras entre países también eran comunes. Estados Unidos invadió Panamá y Granada para derrocar sus gobiernos. Gran Bretaña y Argentina se enfrentaron por la posesión de las Malvinas. Ecuador y Perú combatieron por establecer los límites de su frontera; y una controversia entre El Salvador y Honduras estalló en una guerra después de que los dos países se enfrentaron en un partido de fútbol.
La militarización llegó a la región debido a numerosos golpes de estado y juntas. En 1981, los países gobernados por dictaduras militares incluían a Guatemala, El Salvador, Honduras, Panamá, Surinam, Brasil, Bolivia, Paraguay, Chile, Uruguay y Argentina.
Hoy en día no hay gobiernos militares en el continente. Ningún país está en guerra con otro y ningún gobierno lucha contra un levantamiento importante.
Este avance hacia la paz en todo un hemisferio sigue el ejemplo de otras importantes regiones del mundo. Los siglos de guerras sangrientas en Europa Occidental, que desembocaron en las dos Guerras Mundiales, han dado lugar a setenta años de paz. Las últimas dictaduras militares en esa región, en Grecia y España, cedieron su lugar a gobiernos democráticos en los setenta. En el Extremo Oriente, las guerras de mediados del siglo XX cobraron millones de vidas, entre las conquistas de Japón, la guerra civil de China y las guerras de Corea y Vietnam. Sin embargo, a pesar de graves conflictos políticos, hoy el este y sudeste asiático están casi libres de enfrentamientos activos.
De hecho, las guerras en el mundo ahora se concentran casi exclusivamente en una zona que se extiende desde Nigeria hasta Paquistán, un área en la que solo habita una sexta parte de la población mundial. Lejos de ser un “mundo en guerra”, como mucha gente cree, vivimos en un mundo donde cinco de cada seis personas viven en regiones mayormente o totalmente libres de guerra. América Latina ahora puede unirse a las filas de la paz.
Por supuesto, esto no puede volvernos indiferentes ante la terrible violencia que vive un sexto del mundo. Solo que al resaltar los avances en algunas partes del mundo, podemos concentrar nuestra atención en aquellas partes que aún viven asoladas por la guerra. Así nuestros esfuerzos por llevar la paz a esas regiones pueden informarse y alentarse con el ejemplo de regiones como el continente americano. La guerra puede pasar de ser un medio generalizado para resolver conflictos a una rareza, pequeña en escala y fuera de las normas de comportamiento aceptable.
En América Latina son considerables los retos que prevalecen. Sigue habiendo demasiada violencia, pobreza y corrupción. Las sociedades de la postguerra permanecen frágiles y corren el riesgo de volver a la guerra. Los militares todavía son capaces de dar golpes de Estado, como ocurrió en Honduras en el 2009. Solo el esfuerzo, el apoyo y la vigilancia constantes pueden consolidar y expandir los logros alcanzados.
Dado que hemos avanzado tanto, sabemos que podemos avanzar aún más. Donde las guerras han terminado, otras formas de derramamiento de sangre, como la violencia entre pandillas, también pueden reducirse (en solo veinticinco años, por ejemplo, Colombia ha reducido su elevado índice de homicidios un sesenta por ciento). Dado que el continente americano se ha apartado de la guerra, sabemos que puede suceder lo mismo incluso en las regiones más obstinadamente violentas. Los avances hacia la paz son lentos e inciertos, pero los impulsan la determinación, el ingenio, la voluntad de millones y la comprensión de que la paz no es un ideal utópico sino un resultado eminentemente asequible.



Estadounidenses en la guerra de España: ‘Spain in our hearts’

George Orwell junto a miembros de su unidad de milicianos en el Frente de Aragón durante la guerra civil española. CreditHoover Institution Archives, Harry Milton Papers
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Para los estadounidenses de izquierda que conocen su historia, no hay nada más trágico o nada más romántico en todo el siglo XX que la Guerra Civil española. Entre 1936 y 1939, un gobierno recién elegido, laico y republicano, con el apoyo de la mayoría de los trabajadores, artistas e intelectuales del país combatió contra un ejército profesional –los nacionales- que contaba con el apoyo de la iglesia católica, los terratenientes, la Alemania nazi, que envió aviones y la Italia fascista, que envió soldados.
Para defenderse, la República española tuvo que apoyarse en una mezcla de milicianos sin formación pero que rebosaban ardor revolucionario, armas enviadas por la Unión Soviética y unos 40.000 voluntarios de todo el mundo organizados por el Partido Comunista en las Brigadas Internacionales. Su sección estadounidenses se llamó “Brigada Abraham Lincoln”.
A la causa de la República nunca le faltó elocuencia para alimentar ese romance. En Barcelona, George Orwell se sumó a una milicia trotskista. Herido en combate, regresó a casa y escribió sus recuerdos en “Homenaje a Cataluña”, un libro sabio y que arrojó luz sobre lo que pasó en España.
Ernest Hemingway envió docenas de artículos para una agencia de noticias en los Estados Unidos. Después escribió “Por quién doblan las campanas”, protagonizada por un estadounidense estoico que se sacrifica por sus camaradas (basada en un guerrillero real que Gary Cooper encarnó para el cine, como nadie más podría haberlo hecho, en 1943).
En su cuadro más famoso, “Guernica”, Picasso recreó la destrucción de un pueblo en el País Vasco, el día de mercado, por un bombardeo de la aviación alemana. Louis Aragon, Auden y Neruda escribieron poesía que mostraba hasta qué punto la lucha de la República española por su supervivencia se les quedó en el corazón.
Pero el arte no sirve para sustituir el armamento y el liderazgo. Poco a poco, las fuerzas nacionales, dirigidas por el General Francisco Franco, superaron a sus adversarios, cada vez más divididos a medida que avanzaba la guerra. La primavera de 1939 tomaron Madrid y establecieron una dictadura militar que duró cuatro décadas. La derrota de la República fue, según la sabiduría popular, lo que le dio confianza a Hitler aquel mismo verano para invadir Polonia.
Adam Hochschild es al mismo tiempo un historiador de talento y un hombre de izquierda. En “Spain in Our Hearts” cuenta una historia familiar de una manera poco habitual, convincente. Es una biografía colectiva que simpatiza con los estadounidenses que viajaron a combatir o a escribir a España pero no deja de criticarlos.
Al elegir una buena representación de los personajes que participaron, la mayoría poco conocidos, y contar sus historias desde sus narrativas personales, es capaz de capturar el motivo por el que tantos creyeron que la suerte del mundo se decidiría por el bando que ganara esa guerra de un país pobre y en su mayor parte agrario.
La administración dirigida por el Presidente Franklin D. Roosevelt, limitada por leyes que imponían neutralidad y temerosa de perder votos católicos, no aceptó romper el embargo de armas a España. Pero eso no evitó que un buen grupo de jóvenes estadounidenses de todos los orígenes se alistaran para ir a luchar a España.
Entre ellos, líderes estudiantiles comunistas como George Watt, que escapó del Ejército Nacional nadando por un río helado. Jóvenes privilegiados como James Neugass, de Nueva Orleans, que condujo ambulancias y venía de una familia que había tenido esclavos en el pasado. Un estadounidense negro, Oliver Law, veterano del ejército y que llegó a estar al mando de la Brigada Lincoln por algún tiempo.
Hochschild señala que “fue el primer negro que llegó a tener mando de tropa en una unidad militar de los Estados Unidos”. En España, como en casi cada guerra civil desde la inglesa de 1640 hasta la de Siria hoy, el salvajismo fue la norma. Ambos bandos mataban a sus prisioneros por sistema. Alrededor de un tercio de los 2800 voluntarios de la Lincoln murieron en España.
Hochschild, que ya ha escrito ocho libros, reconoce que la percepción de la guerra en los Estados Unidos tenía más impacto que la presencia de varios miles de izquierdistas luchando sobre el terreno en España. Escribe perfiles de periodistas comprometidos con la supervivencia de la República o su destrucción.
Martha Gellhorn, corresponsal de Collier’s, primero amante y después esposa de Hemingway, le escribió con regularidad a Eleanor Roosevelt, amiga cercana de la familia. Gellhorn regresó a los Estados Unidos para presionar a la primera dama. Quería que la ayudara a cambiar el punto de vista de su marido sobre el embargo de armas al gobierno republicano.
The New York Times envió corresponsales a cubrir a cada bando. Ninguno se preocupó por ocultar sus simpatías. Herbert L. Matthews en la zona republicana bullía de rabia por los bombardeos rutinarios sobre la población civil en Madrid y el resto del país. Después recordaría el espíritu igualitario de la izquierda y escribió que España “nos explicó lo que significa el internacionalismo… Allí era donde uno aprendía que los hombres podían ser hermanos”.
William P. Carney, el otro corresponsal, llenaba sus despachos de noticias de victorias de los nacionales y elogiaba a los oficiales del ejército. Carney llegó a hacer propaganda para una emisora de radio vinculada con Franco. Mientras viajaba por España, reenviaba su correo a la embajada alemana.
Y Hochschild narra todo esto con una prosa que es tan vívida y consistente como emocionalmente contenida. Su contribución principal es que recupera una historia que es familiar y se centra en los estadounidenses con un enfoque poco romántico sobre los motivos que llevaron a “los buenos” a perder, logra evocar con destreza el compromiso en ambos bandos al tiempo que evita el jaleo retrospectivo de la República.

El único personaje que logra sacarle de su compostura es el noruego Torkild Rieber, jefe de la Texaco, que admiraba a Hitler y envió millones de barriles de petróleo a los Nacionales en violación del acuerdo de no intervención y faltando a sus obligaciones firmadas con el gobierno republicano antes de que empezara la guerra.
Justo antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en 1939, Rieber contrató asistentes pronazis que enviaban telegramas a Berlín con “información cifrada sobre los barcos que zarpaban de Nueva York para Gran Bretaña y cuál era su carga”. Cuando se supo de su comportamiento, Rieber tuvo que dimitir de su cargo en Texaco y acabó por convertirse en un hombre bien conectado, de mucho dinero, con “aprecio por líderes autoritarios” como Franco o el sah de Persia.
Por su parte, la República Española no pudo o no quiso renunciar a la ayuda de uno de los dictadores más sangrientos de la época y de la historia. Hochschild deja claro que al aceptar la ayuda de Stalin firmó un pacto con el diablo que comprometió su imagen democrática y tolerante. En 1937, los comunistas leales al Kremlin dieron un golpe y desarrollaron el aparato represivo de la República.
A los anarquistas y otros radicales que querían crear una sociedad sin clases los calificaron de aliados del fascismo. La insidia dentro de la izquierda desató combates en Barcelona que dejaron cientos de muertos, soldados que hubieran sido necesarios en el frente. Cuando todo terminó, el gobierno encarceló a muchos supuestos “quintacolumnistas” y ejecutó a varios de los líderes trotskistas.
Ninguno de los estadounidenses del libro estuvo implicado directamente la represión de la izquierda no comunista. Hemingway no escribió una línea sobre la aniquilación brutal a la que fue sometida la izquierda más radical. Aunque algunos miembros de la Brigada Lincoln se quejaron en privado del dogmatismo miope de quienes sacrificaban la efectividad en combate en el altar de la línea del partido, no defendieron a aquellos compañeros de combate que se negaron a obedecer órdenes del único país dispuesto a darle apoyo material a una República ya muy debilitada.
Mediada esta apasionante historia, Hochschild entra en lo mismo que Orwell se preguntó, lo que tantos historiadores han debatido desde entonces: ¿el objetivo de construir una sociedad de iguales sin clases choca con las necesidades que marca que primero hay que ganar la guerra? En Barcelona y algunas ciudades más, los trabajadores tomaron el control de las fábricas y abolieron cualquier vestigio del antiguo orden, desde el escalafón militar a las propinas.
Nada pudo evitar la victoria de Franco. Hochschild concluye que “para combatir en una guerra sofisticada y mecanizada, se necesita un ejército con disciplina y mando central mucho más que una serie de milicias al mando de partidos políticos y sindicatos”.
Quizás esa sea la mayor tragedia de la Guerra Civil española. La República no tuvo otra alternativa que ceder al control que Stalin y sus secuaces decidieron ejercer. Y hacerlo solo sirvió para dejar a quienes la defendían tan divididos y enfrentados que no pudieron lograr su objetivo. ¿Donde está la parte romántica?