domingo, 24 de enero de 2010

Francia, inmigrantes

DEBATE EN FRANCIA POR EL USO DE LA BURKA EN LOS SERVICIOS PUBLICOS
Correr el velo de la identidad
La misión parlamentaria para regular el uso del velo integral propondrá el próximo martes en su informe final la prohibición de la burka en los servicios públicos, incluidos los transportes, escuelas, hospitales y administraciones.
Por Eduardo Febbro
Desde París
El uso de la burka, el también llamado “velo integral” que cubre por completo el rostro y el cuerpo de algunas mujeres árabes, terminó por poner un velo de confusión y cacofonía en el seno del partido gobernante, la UMP de Nicolas Sarkozy, y entre la oposición socialista francesa. La misión parlamentaria encargada de proponer medidas para regular el uso del velo integral entregará el próximo martes su informe final en el cual preconiza la prohibición de la burka en los servicios públicos, incluidos los transportes, escuelas, hospitales y administraciones. El debate sobre el uso de la burka vino a alimentar con más densidad la hoguera encendida por el debate sobre la identidad nacional –había que responder a la pregunta “¿qué es ser francés”– promovido por el ministro de Inmigración e Identidad Nacional, el ex socialista Eric Besson. El titular de esta cartera ha creado una bolsa de controversias con los objetivos cifrados de expulsión de inmigrantes, medidas para proteger a los franceses contra los llamados “matrimonios grises” –casamientos de extranjeros con franceses enfermos con el objetivo de abusar de ellos y obtener su regularización en el territorio– y, desde luego, el debate sobre la identidad nacional.
La perspectiva cercana de las elecciones regionales del mes de marzo y la estrategia electoral de la derecha marcada por su voluntad de aspirar los votos de la extrema derecha del Frente Nacional condujeron a un vuelco tan significativo como peligroso en el discurso hacia y sobre los extranjeros, en especial los musulmanes. El presidente francés pasó del noble propósito de promover la diversidad en el seno de una sociedad cuya propia historia colonial la destinó a ello a un asombroso discurso sobre la identidad. Los analistas de la prensa narran con pertinencia esa transformación que llevó al jefe de Estado francés a proponer la rehabilitación de “las minorías visibles” a fin de que Francia esté “lista ante el desafío del mestizaje que nos presenta el siglo XXI” y que, luego, cambió el rumbo para amarrar el barco en las movedizas arenas de la identidad.
El discurso, con el telón de fondo del debate sobre la identidad nacional, dejó de lado la diversidad para concentrarse en el otro, el inmigrado, como factor de pérdida de identidad. Esto creó un clima agresivo que se complicó con algunas intervenciones públicas de miembros de la mayoría de una vulgaridad y de un racismo dignos de la Edad Media. En un análisis publicado por el vespertino Le Monde, Philippe Bernard anotó que “con un desempleo galopante y elecciones regionales de difícil perspectiva, ya no se trataba más de entonar un discurso capaz de ser percibido como favorable a la promoción, incluido en el trabajo, de las personas originarias de la inmigración”. Vuelco rotundo cuya esencia, sin embargo, no es exclusiva a la derecha. En Francia se sigue marcando la diferencia entre ser un “francés puro” y ser un francés que nació en Francia pero es hijo de inmigrados. En su época en la jefatura del Estado, el difunto presidente socialista François Mitterrand supo incurrir en esos conceptos. Una vez, hablando en la televisión sobre el lugar de Francia en el mundo, Mi-tterrand explicó que había muchos franceses a la cabeza de organismos internacionales y citó el ejemplo del entonces director general del Fondo Monetario Internacional, el FMI, Michel Camdessus. Mitterrand dijo “es un francés de pura cepa”.
Cepa pura contra cepa mezclada, en esos meandros groseros se trabó la discusión y la misma divergencia política, que se pegó a la cola del debate sobre la identidad nacional y, ahora, a la ley sobre la prohibición de la burka. Todo parece formar una misma serpentina. De hecho, la sociedad en su conjunto rechaza el uso de la burka pero los parlamentarios de la comisión –compuesta por representantes de todos los partidos– no llegaron a plasmar el “consenso republicano” al que aspiraban. El dispositivo legislativo que se prepara con vistas a un proyecto de resolución parlamentaria para limitar el uso del velo integral no sería vinculante, es decir, que no se trataría de una obligación. Ocurre que los parlamentarios de la derecha están divididos sobre la cuestión, al igual que los socialistas, que carecen de una postura común y maquillan su incapacidad en hipócritas acusaciones contra la derecha. Es así que, el pasado 21 de enero, los socialistas que componen la comisión anunciaron que no votarían a favor del informe final. El PS alegó que el trabajo de la comisión se vio “contaminado por el debate sobre la identidad nacional”. A esta ruptura se le agregó una estocada protagonizada por el presidente del grupo UMP en la Asamblea General, Jean-François Copé, quien, en pleno trabajo de la comisión sobre la burka, cortocircuitó la reflexión de la comisión proponiendo una ley de prohibición general del velo integral.
Sería inexacto afirmar que estas discusiones se ven traducidas en la sociedad con la misma virulencia que sale de los debates políticos. Todo apunta a mostrar que la sociedad francesa evolucionó hacia la aceptación de la diversidad que la compone mientras que la clase política, socialistas incluidos, se quedó maniatada en otras décadas. Los estudios de opinión arrojan datos muy alejados de la república étnica que se desprende de la boca de los responsables políticos. Por ejemplo, según un sondeo de noviembre de 2009, la idea de la pérdida de la identidad nacional es la decimoprimera preocupación entre los temores que expresan los franceses. Un estudio realizado por la comisión nacional de derechos humanos a lo largo de los últimos 20 años muestra que la sociedad acepta la diversidad. En el año 2000, 60 por ciento de las personas pensaban que en Francia había demasiados inmigrados. Hoy, la cifra cayó a 39 por ciento. En 1992, sólo 42 por ciento de los francesas pensaba que los inmigrados eran “una fuente de enriquecimiento cultural”. Ese porcentaje ha subido ahora a 73 por ciento. En ese contexto se inscribe la iniciativa lanzada por un ex jugador de fútbol de la selección francesa, Lilian Thuram. Junto a cinco personalidades, Thuram lanzó un llamado por una “república multicultural y post racial”. Se trata de una invitación dirigida a la sociedad francesa para que se acepte tal como es. Los promotores del llamado precisan que “no se trata de un llamado a las minorías, sino de un llamado al conjunto de la sociedad para aceptar y comprender que se priva de un fuerte potencial al rechazar reconocer su dimensión cultural”. Lilian Thuram y los firmantes del texto constatan una evidencia: “la sociedad francesa, enriquecida con su pluralidad y sus talentos, se renovó profundamente. Sin embargo, las elites políticas, económicas y culturales no llegan a integrar esas nuevas dinámicas”. La cabeza del Ejecutivo parece dirigirse hacia una dirección opuesta a la mirada igualitaria y moderna de la sociedad.
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