lunes, 26 de octubre de 2009

Política o crimen organizado

"Ese man no cree en el sistema" dicen burlones los malvivientes callejeros sudamericanos (que con un poco de suerte conseguirán ser reclutados como paramilitares por alguna organización de tipo política) para señalar a su futura víctima. En un barrio en Nápoles o en alguna incierta ciudad del Tercer Mundo, la delincuencia se ha vuelto una extensión más de la política, la que a su vez recluta mano de obra gratuita para sus tareas violentas reconociéndoles el estatus de "luchadores sociales" u otorgándoles refugio político. Los códigos de honor, lealtad y complicidad son los mismos.
¿En qué momento se jodió el mundo? La parodia abarca ejércitos privados y toda laya de clones programados en el fanatismo y la intolerancia religiosa para asesinar como quien toma un baño de pureza. El odio llevado a niveles esquizofrénicos.
Siempre Camorra
Hermann Bellinghausen
Dejamos atrás el vasto barrio de Scampia, junto con Secondigliano la fortaleza histórica de la Camorra (autodenominada Sistema), y nos internamos en Miano. Aquí controla otra familia, dice Giuseppe. Una que trabaja igualmente para los Amato, quienes llevan la batuta ahora. Todos conocen a los boss. Actualmente se está mejor porque no hay guerra. La última, de 2004 a 2006, dejó una estela de cerca de 150 muertos (apenas comparable con las cifras mexicanas). El riesgo es permanente, los jóvenes involucrados en el negocio saben que morirán pronto y quieren sacar todo el sabor al placer y la vida. Se vuelven violentos, y más bajo el efecto de la drogas suicias. Matando mueren.
En Miano hubo una gran fábrica de cerveza. Cerró hace años. La Camorra planea convertir sus restos en un rutilante ‘mall’. Para lavar dinero, dice Giuseppe. Y la gente eso quiere. La Camorra es el gobierno, es la empresa. Le gente la defiende, daría la vida por el Sistema.
Aquí se almacena la droga que se importa a buena parte de Europa. En Andalucía, donde la Camorra es poderosa, recala casi toda la produción africana, que no es desdeñable. De ahí se embarca al golfo napolitano. En Italia, todos los territorios del Sistema representan una bolsa electoral considerable. Sólo con sus electores, la Camorra puede ser determinante en cualquier elección democrática.
Imperceptiblemente, pasamos al barrio Tercer Mundo. Más abigarrado que Scampia y Miano. Los patrullajes y retenes militares son más constantes. Por todos lados se ven viejos y viejas ociosos, sentados en sillas, algunos en tertulia. Según Giuseppe, la mayoría, si no todos, vigilan para la Camorra. Aquí no circula ningún carro desconocido que no sea detectado y monitorizado, en una situación donde se difumina la frontera entre delincuentes y policías.
Giuseppe reitera: en cada edificio se consigue una droga distinta. Cualquiera. Todos los edificios despachan droga. Aquí se surten los proveedores. La farmacodependencia está muy extendida. Y también mata.
Contenido y en apariencia sereno, Giuseppe habla con inmenso dolor. No ríe en ningún momento. Responde puntual las preguntas, pero su relación las hace innecesarias. Es un hombre dulce, apacible, mas se le nota que batalla por dominar la indignación. Me vienen a la memoria los retratos de jóvenes muertos en el buró de la recámara donde dormí anoche. No me atrevo a mencionarlos.
La familia Misso, que controlaba Tercer Mundo fue liquidada en la última guerra, una no declarada oficialmente escribió Saviano. No reconocida por los gobierno y no relatada por los reporteros, a la que corresponde un miedo no declarado, un miedo que se mete debajo de la piel.
De pronto, le viene a Giuseppe un nombre a la boca: Casaldi Principe. La familia más poderosa de Italia, dice. Controla medio país y es socia del gobierno de Berlusconi. Si bien la ciudad de Nápoles la gobierna, con trabajos, un alcalde de izquierda, la provincia la gobierna un Casaldi Principe. Son la expresión limpia de la Camorra, y una prueba de su poder electoral.
El malhadado patriarca de los Misso era un fascista histórico, que participó en grandes crímenes con Mussolini. Pero con ideas que consideraba humanistas. Sus hijos se llamaron Jesús y Emiliano Zapata, refiere Giuseppe para ilustrar su dicho. Recuerdo entonces que Mussolini se llamó Benito en honor a nuestro Juárez. Su padre, socialista de principios de siglo XX, admiraba al héroe de la Reforma mexicana.
Los Misso fueron aniquilados en la última guerra, relatada por Roberto Saviano en ‘Gomorra’. Allí, el periodista no oculta una rabia similar a la de Giuseppe. Ambos comparten la urgencia de decir lo que saben. No quieren ser cómplices del silencio. Los efectos de este ‘Mondo Camorra’, degradado y destructivo, son como una enfermedad, una maldición que invade los intersticios de la vida social. ¿Quién no tiene un hermano yoqui, un primo matón, una hija prostituída, un papá preso o ejecutado?
Al fin alcanzamos el centro de Nápoles. Su parte costera, bonitos hoteles de lujo, restaurantes, embarcaderos para visitar las islas del Golfo, el Vesuvio o los achicharrados de Pompeya. No se ve, pero acá también llega la mano del Sistema, su método de libre mercado, tan funcional. El ejército igualmente patrulla, pero en este escenario mediterráneo los uniformes camuflados semejan ser parte de la decoración típica, como la guardia suiza en el Vaticano. La vida es normal, sonriente en las neverías.
Llegamos a la Ferrovía, donde abundan los migrantes subsaharianos y la fayuca a escala tepiteña. Paula, más en su terreno urbano y no en el de su compañero, comenta que este otro barrio lo controla la violenta camorra nigeriana, subsidiaria del Sistema. Una romería. Una oferta astronómica, neoliberal, moderna, de mercancía falsificada y enervantes auténticos. Un capitalismo pleno. Viva el laissez faire. Bienvenidos al futuro.